Las islas Canarias fueron colonizadas a lo largo del siglo XIV y XV, y ya en el año 1492 se constituyeron como un enclave estratégico en la ruta marítima hacia las Indias. Tenerife, la isla más grande del archipiélago canario, es un territorio de enorme interés científico desde hace siglos y, más particularmente, desde que Alexander von Humboldt la visitara y realizara en ella diversas experiencias científicas en junio de 1799. Su singular emplazamiento geográfico y sus elevadas cumbres la configuraron como un lugar idóneo para las observaciones meteorológicas y astronómicas, destacando por ello en la historia universal de ambas disciplinas científicas.
En los primeros años del siglo XX, la comunidad científica europea mostró un decidido interés para establecer un observatorio permanente en las cumbres de la isla. Pero el origen y la creación del observatorio de Izaña estuvo envuelto en arduas y en ocasiones tensas negociaciones en un período histórico convulso, como fue el anterior a la primera guerra mundial, y marcó importantes hitos en diferentes sentidos.
Un observatorio de esta naturaleza en las cumbres de Tenerife, a medio camino entre Alemania y sus colonias en África, se reveló como un enclave estratégico para el desarrollo y apoyo de la industria aeronáutica y naval germana, así como un lugar inmejorable para el establecimiento de las telecomunicaciones radiotelegráficas, por aquél entonces en sus inicios.
Una genuina y muy interesante descripción en relación con la comprensión de la circulación general de la atmósfera, nos ha llegado de la mano de Leonardo Torriani. Este ingeniero cremonés al servicio de Felipe II, intuyó en el año 1592 la inversión de temperatura en las cumbres de la isla: “el aire es tan seco que yo considero, por mi propia experiencia, que un hombre no podría permanecer allí más de 24 horas. Los vientos allá soplan fuertes… por lo que supongo que esta debe ser la parte más alta de la primera región del aire.”
El antecedente científico más antiguo del que poseemos conocimiento data del año 1645. Entonces, la Royal Society of London requería un permiso al embajador de España en Gran Bretaña, para que dos miembros de aquélla sociedad se desplazaran a las cumbres de la isla para “medir el peso del aire y la elevación de la atmósfera”. Recuérdese que sólo dos años antes, Evangelista Torricelli realizaba las primeras medidas con el barómetro de su invención.
El régimen de los vientos alisios del NE, bien conocido por los navegantes españoles y portugueses desde el siglo XIV, fue descrito con detalle en 1686 por el astrónomo británico Edmund Halley, quien publicó la “Primera Carta de Vientos”. En ella, Halley desarrolló el primer modelo de circulación de la atmósfera entre el Ecuador y los Trópicos, para el cual fueron determinantes las observaciones de viento del SW durante el verano en las cumbres de Tenerife. Este drástico cambio de dirección desde la costa de Tenerife a su cumbre, llamó ya poderosamente la atención de los científicos de la época.
En 1735 George Hadley, un curioso abogado británico aficionado a la Meteorología, teniendo en cuenta la latitud subtropical de la isla de Tenerife explicaba la dinámica de la atmósfera según la componente vertical, considerando además la rotación terrestre, para acabar estableciendo lo que se ha denominado la “Célula de Hadley”, como un factor determinante en la circulación general de la atmósfera.
El 21 de junio de 1799 Alexander von Humboldt ascendía al Teide tomando medidas de la temperatura del aire y la presión atmosférica, además de otras observaciones acerca de la flora y la vegetación isleña. Él fue el primero en determinar la altitud del mar de nubes –en verano sobre 1150 m– y sus principales causas: la humedad de los vientos alisios del NE y el efecto orográfico de la isla. Sin embargo, dado que no realizó una serie de medidas intermedias, no pudo constatar la inversión del alisio.
Charles Darwin arribó a Tenerife con la expedición del “Beagle”el 6 de enero de 1832. Pero no le fue posible desembarcar debido al aviso de que el barco era portador de una epidemia de cólera originada en Inglaterra. No obstante, Darwin aprovechó la ocasión y dató la recogida y medida del diámetro de partículas de polvo en suspensión, resaltando con ello la importancia del viento procedente del Sáhara en la climatología de las islas.
El primer trabajo sobre el clima de las islas Canarias fue escrito en 1823 por el geólogo alemán Leopold von Buch. En su libro sistematizó las observaciones del viento alisio en Canarias y en el pico del Teide, realizadas desde Halley. Expuso la idea de que el contralisio descendía al nivel del suelo cerca de los trópicos para desplazarse posteriormente a los polos, aunque sin explicar los mecanismos de la circulación atmosférica ni tampoco de dónde provenía el aire que alimentaba el alisio.
En 1847 los científicos franceses Arago y Desperray realizaron un proyecto para el establecimiento de un observatorio en Tenerife con el apoyo del naturalista Sabin Berthelot, entonces cónsul de Francia en la isla. El interés del proyecto, al decir de las palabras de Berthelot, radicaba “en su posición cercana al trópico, en la altura de sus montañas y en la pureza del aire para la realización de excelentes observaciones”.
Durante dos meses del verano de 1850, el astrónomo escocés Charles Piazzi Smith residió en un refugio de montaña llamado Altavista (3252 metros), cercano al cráter del Teide. Fue el primer investigador que llegó a establecerse de forma permanente en el pico, haciendo las primeras observaciones meteorológicas y astronómicas sistemáticas. Descubrió gracias a las observaciones realizadas durante dos días de rápido ascenso y descenso, la inversión de la temperatura producida en la atmósfera sobre la capa húmeda del alisio. Proporcionó, además, algunos datos fundamentales sobre el viento y el clima de la cumbre.
Cuando el norteamericano William Ferrel publicó en 1856 su modelo de circulación general de la atmósfera, casi parafraseando a otros científicos anteriores a él, mencionó explícitamente la importancia de los vientos observados en la isla de Tenerife. Ferrel expuso en su primera teoría del año 1856 una explicación de los vientos del SW y NE en el pico del Teide, para reafirmar su teoría sobre la circulación general de la atmósfera, según la latitud, los máximos de presión y el desplazamiento de los vientos alisios según las estaciones. El interés de Ferrel en los vientos superiores del pico del Teide radicaba en que éste se halla situado en el límite exterior de los vientos alisios, y como este límite se desplaza hacia el N ó el S, dependiendo de las estaciones, los vientos del NE y del SW predominan alternativamente en su base. Años más tarde, en 1889 Ferrel, que como Hadley prestó su apellido a otra “célula atmosférica”, simplificó su teoría sobre la circulación atmosférica tras la aportación hecha anteriormente sobre dicho objeto de estudio por Thomson.
Carl von Fristch, vicedirector del Instituto Meteorológico y Geodinámico Central de Viena (ZAMG), pasó un largo período de tiempo durante 1864 estudiando y anotando el régimen de los vientos alisios y contralisios en la isla. Años más tarde Julius von Hann, director del ZAMG, publicó también diferentes estudios basados en las observaciones de Tenerife.
Una novedosa e importante serie de medidas de ozono troposférico fue llevada a cabo en la ciudad de Santa Cruz de Tenerife durante el invierno de 1862-1863 -con seguridad es la primera conocida de España-, con el propósito de investigar y paliar los efectos de un brote de fiebre amarilla.
Años después, en 1884, setenta y cinco observaciones de nubes realizadas por el profesor sueco H. Öhrwall y por el alférez Gustav Hultcrantz, fueron recogidas por el meteorólogo austríaco Julius von Hann. A partir de aquellas observaciones podían interpretar el régimen y la dirección de los vientos en la capa superior de la troposfera de las islas Canarias.
En 1888 Ralph Abercromby publicaba un interesante artículo titulado “Observaciones eléctricas y meteorológicas en el Pico de Tenerife”. Había estado en la isla en 1887 y ascendido igualmente al Teide. Algunos años más tarde, los meteorólogos Teisserenc de Bort y Hildebrandson publicaron el Atlas Internacional de Nubes, para el cual dispusieron de algunas fotografías tomadas en Tenerife.
Basado en el estudio “Acerca del límite ultravioleta del espectro solar, a partir de los clichés obtenidos por el Dr. Simony en el pico de Tenerife”, el francés A. Cornu publicó en el año 1890 los primeros resultados sobre la radiación ultravioleta medida hasta entonces .
Otros estudios y artículos fueron publicados por astrónomos y meteorólogos europeos durante los últimos años del siglo XIX, algunos de los cuales fueron tan renombrados como el del sueco K. Angstrom, quien publicó en Upsala en 1895 los resultados de dos veranos de trabajo en el Teide. Angström publicó sus trabajos bajo el título “La intensidad de la radiación solar a diferentes altitudes hechas en Tenerife en los años 1895 y 1896”. K. Angström y su colaborador O. Edelstamm hicieron una serie de medidas comparativas en la proximidad del pico (3692 m), en el lugar de observación conocido por Altavista (3252 m), en un punto de Las Cañadas del Teide (2125 m) y en un lugar de la costa sur de Güímar (360 m). Además de estos resultados, en el informe anual del observatorio suizo de Sonnblick de 1903 se encuentra una comparación de las intensidades de la radiación observadas en el pico del Teide y los valores del observatorio suizo medidos por F. M. Exner.
Los nuevos métodos para la observación de la alta troposfera mediante globos cautivos y cometas aerológicas fueron desarrollados a finales del siglo XIX, y muy pronto algunas campañas científicas llegaron a las aguas y la isla de Tenerife, atraídas por su emplazamiento y orografía. El primero y más destacado de aquellos científicos fue el profesor Hugo Hergesell, director del Observatorio de Estrasburgo y de Lindenberg a partir de 1914, catedrático en las universidades de Estrasburgo y Berlín, presidente desde 1896 de la Comisión Internacional para la Aerostación Científica (CIAC) además de asesor científico del conde Ferdinand von Zeppelin.
En agosto de 1904 y abril y septiembre de 1905, Hergesell realizó sus primeras campañas de sondeos en aguas canarias a bordo del yate “Princesse Alice”, propiedad de su amigo y compañero de expediciones científicas el oceanógrafo y príncipe Alberto de Mónaco, el no menos célebre investigador que llegó a descubrir la corriente marina del Golfo.
Otros dos pioneros de las observaciones de la alta troposfera, el francés Teisserenc de Bort –más conocido por bautizar como tal al “Anticiclón de Las Azores”- y el norteamericano Lawrence Rotch, visitaron Tenerife en 1905 lanzando 40 globos cautivos desde el pico del Teide durante los días 8, 9 y 10 de agosto. Hicieron también cierto número de observaciones y sondeos atmosféricos sobre el mar desde el buque “Otaria” en febrero de 1906. El objetivo primordial era determinar la influencia orográfica del macizo del Teide en el régimen de la circulación de la atmósfera.
Los primeros sondeos simultáneos en Tenerife fueron llevados a cabo el 28 de julio de 1908, siendo realizados por Robert Wenger en el valle de La Orotava mientras Hugo Hergesell los efectuaba en el mar desde el buque alemán “Victoria Luisa”.
El interés internacional por establecer un observatorio permanente en las cumbres del Teide creció enormemente durante aquéllos años, y así lo propuso Teisserenc de Bort a la Comisión Internacional de Aerostación Científica, reunida en Milán el 1906. El observatorio formaría parte de un ambicioso proyecto de una red de estaciones en el hemisferio norte. La delegación española, allí representada por el coronel de ingenieros Pedro Vives y Vich, recibió la propuesta de la CIAC y esta fue trasladada a sus autoridades, aunque fue recibida con muy poco interés. Sin embargo, simultáneamente, aumentó notoriamente el empeño por parte del gobierno y la casa imperial de Alemania revelando, además del orden científico, otros intereses de muy diferente naturaleza.
Los sucesos transcurrieron rápidamente durante los primeros meses de 1909. En marzo de éste año, dos construcciones portátiles iba a ser trasladadas a Las Cañadas del Teide, a una planicie situada a 2200 metros sobre el nivel del mar, con el auxilio de conocidas personalidades isleñas. Ellas intercedieron y arrendaron, a título particular de Hergesell -y de otro científico alemán llamado Gothald Pannwitz-, al ayuntamiento de La Orotava 25 hectáreas de terrenos en un altiplano de Las Cañadas del Teide. Mientras, en aquel mismo tiempo, el coronel Vives y Vich se hallaba de viaje oficial en Alemania, con el propósito de ponerse al día en cuanto se hacía en Europa sobre progresos aeronáuticos.
Una vez Vives en Alemania, Hergesell le informó acerca del establecimiento inmediato de un observatorio con “medios provistos por la CIAC”, requiriendo al coronel el apoyo de las autoridades españolas. Pero lo cierto fue que ningún permiso ni noticia previa a todas estas iniciativas se habían dirigido al gobierno español, mientras el alemán ya había movilizado cuantiosos y muy costosos recursos materiales y humanos en torno al observatorio del Teide. Muy pocos días después se embarcaba en el puerto de Hamburgo todo el material con destino a Tenerife, encabezado por un chalet de madera donado por el Kaiser Guillermo II, una de las dos residencias que el mismo utilizaba durante los viajes de estado que realizaba en tren por el territorio alemán.
Estos acontecimientos fueron transmitidos rápidamente al gobierno español por medio de los canales diplomáticos, y las negociaciones con el gobierno alemán se condujeron en las siguientes semanas. A principios del mes de marzo de 1909 Hergesell viajó a Tenerife con todo el material oportuno, y tramitó de modo personal ante las autoridades locales los permisos para el establecimiento del observatorio en Las Cañadas del Teide.
Vives telegrafió a Hergesell el 20 marzo comunicándole que el gobierno español había decidido construir por sus propios medios un observatorio en Tenerife, y deseaba cooperar con la CIAC en los trabajos preliminares. Hergesell, entonces en Tenerife, preparaba su regreso pues sería el presidente de la próxima reunión de la CIAC que se celebraría en Mónaco a partir del 31 de marzo. Pero en lugar de viajar directamente a Mónaco, Hergesell celebró una reunión privada el 28 de marzo en Madrid con el coronel Vives y el ministro de Estado español.
El resultado de las negociaciones se comunicaría finalmente en la VI Conferencia de Mónaco. Hergesell anunciaría allí que se cedían de modo provisional al gobierno español el uso de las dos construcciones “donadas por el emperador de Alemania”. El coronel Vives, en calidad de delegado oficial de España, anunciaría que el gobierno español había decidido la construcción de un observatorio español permanente en las cumbres de Tenerife, complementándose con otro en el nivel del mar.
Pero llegó la sesión del 6 de abril donde –según detalla en una carta particular el ministro de Estado Manuel Allendesalazar al embajador de España en Alemania, con fecha 10 de abril de 1909- “se trató del establecimiento del Observatorio de Tenerife, y dio lugar a incidentes que conviene señalar. El Presidente del Congreso doctor Hergesell había quedado de acuerdo con el Coronel Vives respecto a la cesión temporal de las barracas, y creación y funcionamiento del Observatorio exclusivamente españoles, todo con arreglo á las instrucciones dadas á aquel Jefe. Pero Hergesell á última hora, pidió al Coronel Vives que tuvieran una conferencia con un alto empleado del Ministerio del Interior prusiano, que había llegado á Mónaco para este exclusivo asunto [subrayado en el original]. EL Coronel Vives dudó un momento en aceptar la proposición, pero accedió por fin pensando que era un medio de conocer los propósitos de Alemania; y, en efecto, al leer el funcionario prusiano las cuartillas en que se especificaban las decisiones de España, que Hergesell había encontrado antes bien, opuso reparo pretendiendo que, en compensación de los barracones se comprometiera España á tener siempre dos plazas disponibles, en el Observatorio, para dos científicos. El Coronel Vives se opuso rotundamente, diciendo al funcionario alemán del Ministerio de Interior, que podía quedarse con los barracones, que España no había pedido. Trató entonces este señor de dar otro giro al asunto, y propuso que no se hablase de él en el Congreso, y que Alemania concertaría con España la solución por medio de su Embajador en Madrid. Conociendo el Coronel Vives la conveniencia de que saliera aprobado por el Congreso Internacional, con aquiescencia de los delegados de las diversas naciones, lo propuesto por España, protestó enérgicamente contra la proposición del funcionario prusiano, alegando que estando el asunto en el orden del día, y habiendo acudido un representante de España al Congreso precisamente para resolver una cuestión en que tan repetidamente se había interesado á nuestro país, sería una informalidad y hasta un desaire abandonarla; y exigió que se tratase en la sesión, pues de lo contrario provocaría él mismo el asunto (…) Al ser conocidos estos extremos por el Congreso, el Coronel Vives tuvo una ovación de los delegados, incluso de algunos alemanes de valor científico, como el doctor Assmann; los italianos, franceses y norteamericanos, se distinguieron por lo expresivos (…) A juzgar por el relato precedente, España está, más que nunca, obligada por decoro nacional á realizar, en plazo breve, el proyectado Observatorio cuya instalación y servicios no han de exigir por otra parte, gastos de gran cuantía”.
El curso de las negociaciones diplomáticas iniciadas por el gobierno español fue el único posible, toda vez que Hergesell arrendó los terrenos de Las Cañadas con arreglo a la legalidad municipal vigente, pero de modo particular y no ya como presidente de la CIAC. Aunque la cuestión fue discutida entre las más elevadas instancias políticas de ambos gobiernos –dos veces en consejos de ministros, una vez en sesión parlamentaria, otra en el consejo de estado-, el resultado entre ambos gobiernos se publicaría como el resultado de una exclusiva cooperación científica internacional.
Más importante aún, para la construcción del observatorio de Izaña y para dotarlo de personal debidamente cualificado, hubieron de dictarse sendos reales decretos en los años 1912 y 1913, el segundo para crear el hasta entonces inexistente cuerpo facultativo de Meteorólogos y el de Auxiliares de Meteorología.
Antes, en octubre de 1911 una comisión científica del Instituto Geográfico Nacional se desplazó a la isla de Tenerife con el propósito de buscar el emplazamiento más apropiado para el futuro observatorio. Encontró para el mismo la montaña de Izaña, en la cumbre de una dorsal que divide la isla en dos fachadas marcadas por la presencia de amplios valles, a 2367 metros sobre el nivel del mar. El anterior observatorio alemán de Las Cañadas del Teide fue sorprendentemente emplazado en una altiplanicie al abrigo de los vientos. Como vino a demostrarse años más tarde, cuando en el año 1920 fue encargado el enlace aéreo Sevilla-Buenos Aires a la Compañía Transmediterránea, el interés primordial del gobierno alemán era, entre otras aplicaciones, estudiar las características meteorológicas y la idoneidad de Las Cañadas del Teide para su uso y aprovechamiento como aeródromo de zepelines.
El proyecto del observatorio de Izaña fue presentado a la CIAC en la conferencia de Viena de 1912 por el nuevo director del Servicio Meteorológico, José Galbis, quien participó activamente en el proyecto.
Durante estos años García-Lomas y dos auxiliares destinados al observatorio ya español, colaboraron con los expedicionarios alemanes y un considerable número de científicos extranjeros. El profesor Lüdeling y el Dr. Luyken del Köeniglich Meteorological Institute, el Dr. Dember, profesor del Dresde’s Physics Institute, Martin Uibe, y W. Buchheim de la universidad de Leonardville hicieron observaciones sobre electricidad atmosférica, declinación magnética, radiación solar ultravioleta, polarización de la luz solar, ionización atmosférica, óptica, etc. De acuerdo con la calidad de sus resultados, destacaron que debido a la escasa presencia de polvo y niebla “El Teide era preferible para las investigaciones físicas y astrofísicas antes que las montañas de Suiza o Italia”.(12)
En 1913 los científicos alemanes permanentes en Tenerife abandonaron el observatorio provisional de Las Cañadas del Teide, y García-Lomas se hizo cargo del mismo, aunque prosiguió la visita de nuevos investigadores. Sin embargo, la actividad se redujo absolutamente una vez que se declaró la primera guerra mundial y con la inauguración del observatorio en Izaña en 1916, las instalaciones de Las Cañadas del Teide fueron abandonadas.
La construcción de un observatorio en las cumbres de Tenerife resultó una tarea compleja y costosa para la administración española. La construcción se demoró y complicó con el transcurso del tiempo por nuevos e interminables retrasos de orden administrativo, político y económico. Los trabajos duraron 4 años y costaron unas 150.000 pesetas de la época. Finalmente el observatorio de Izaña fue inaugurado el 1 de enero de 1916, desarrollando desde entonces su actividad sin más interrupción.
El momento en que el observatorio fue inaugurado no fue el más apropiado para la cooperación internacional. La guerra europea acabó con las campañas y estancias de científicos europeos, sobre todo de alemanes, a los que el Tratado de Versalles de 1919 impidió realizar cualquier actividad fuera de su territorio
La guerra europea zanjó completamente las visitas de científicos extranjeros. Durante los años siguientes a 1914, la existencia de actividad en el observatorio se redujo a poco más que las observaciones aerológicas convencionales y a medidas de radiación. El meteorólogo canario Inocencio Font publicó en la década de los años 40-50 los mejores y más variados trabajos y artículos acerca de la climatología y meteorología de Izaña, así como estudios muy interesantes de vientos en altura basados en los sondeos realizados desde 1916 hasta 1935. Algunos científicos alemanes publicaron trabajos similares, entre otros von Ficker, Roschkott y Müller.
La actividad científica del observatorio cesó prácticamente durante el período 1930-1960. Las consecuencias de la guerra civil española y de la segunda guerra mundial se dejaron sentir en los recursos materiales y humanos, causando la ausencia prácticamente total de investigaciones especiales.
Los sondeos aerológicos, mediante cometas y globos piloto, fueron interrumpidos en 1960. Desaparecieron las ventajas que reportaba su lanzamiento desde los observatorios de montaña, y comenzaron entonces los radiosondeos llevados a cabo desde la ciudad de Santa Cruz de Tenerife.
En el año 1958, coincidiendo con la apertura política del régimen franquista y con la celebración del Año Geofísico Internacional (abreviado AGI), supuso un esfuerzo único por su alcance en la historia de la ciencia. Llegaron nuevamente científicos extranjeros a Izaña con ocasión de un eclipse solar. Los astrónomos y astrofísicos usaron el observatorio para llevar a cabo estudios sobre la transparencia de la atmósfera y para examinar el grado de idoneidad de ésta para las observaciones astronómicas.
En octubre de 1968, un equipo de meteorólogos de la universidad de Mainz, liderados por el Dr. Christian Junge, se alojaron en el observatorio para probar y evaluar nuevos instrumentos con los que medir y analizar contaminación atmosférica de fondo en la troposfera a bordo del buque “Meteor”, un buque oceanográfico y meteorológico que iba a realizar una campaña en aguas del Atlántico Norte.
En los veranos de 1973 y 1974, una serie de sondeos fueron llevados a cabo en Izaña para estudiar microturbulencias atmosféricas, dada su trascendental importancia para las observaciones astrofísicas. Otros estudios sobre transporte de aerosoles así como de componentes químicos en la atmósfera, se realizaron en el observatorio. A partir de los resultados obtenidos tras una campaña para la medida de halocarbonos, realizada en 1979 por el Dr. R. A. Rasmussen del Oregon Graduate Center for Study and Research (USA), éste escribió en una carta al Dr. Miguel Zalote, director entonces del observatorio de Izaña, en la que decía textualmente “los datos que hemos obtenido en Izaña son los mejores del mundo”.
Otros novedosos estudios sobre transporte de aerosoles y de componentes químicos en la troposfera subtropical, fueron realizados en el observatorio por el profesor Joseph Prospero, de la Universidad de Miami, al final de la década de los años 70. Estos muestreos acabaron por sumarse, ya en el año 1987, al programa AEROCE (Atmosphere/Ocean Chemistry Experiment), para la investigación de aerosoles atmosféricos en la región de Atlántico Norte.
Una vez más los científicos alemanes renovaron su interés por las condiciones naturales del observatorio de Izaña. En 1981, los Dres. R. Schmitt y Balchtrusch, comisionados por el servicio meteorológico alemán, realizaron diferentes pruebas para valorar la idoneidad del observatorio como estación BAPMoN (Background Atmospheric Pollution Monitoring Network), representativa de la atmósfera libre en la región subtropical del hemisferio norte. En el año 1984, así pues 75 años después de aquél lejano año de 1909, los gobiernos de España y Alemania firmaban un acuerdo de cooperación mediante el cual el observatorio se sumaba al programa BAPMoN de la Organización Meteorológica Mundial.
En 1989 la red BAPMoN se fusiona con la red GO3OS (Sistema Global de Observación de Ozono) para constituir el programa de la red VAG (Vigilancia Atmosférica Global; GAW en sus siglas en inglés) de la cual Izaña es una de sus principales estaciones de representación global.